El Chlamydomona reinhardtii -que conocemos como 'el verdín de los estanques'— puede descomponer el agua en hidrógeno y oxígeno en condiciones de laboratorio.
Recientemente se logró aumentar de manera importante el rendimiento de este proceso, a tal punto que una empresa de Berkeley, California, entendió que era el momento de intentar comercializar el hidrógeno producido mediante este método.
La posibilidad de utilizar algas como si fueran plantas de
energía microscópicas fue idea de Hans Gaffron, investigador alemán que huyó del
partido nazi y comenzó a trabajar en la Universidad de Chicago en la década de
1.930.
En 1.939, Gaffron observó que —por razones desconocidas en ese momento— las
algas dejaban de producir oxígeno y comenzaban a producir hidrógeno por un
período breve. A lo largo de 60 años, distintos investigadores intentaron sin
éxito controlar este mecanismo.
En 1.999 se produjo un descubrimiento de mucha importancia:
Tasios Melis, de la Universidad de California, Berkeley, y un grupo de
investigadores del National Renewable Energy Lab (Laboratorio Nacional de
Energía Renovable) descubrieron que, privadas de azufre y oxígeno, las algas
comenzaban a producir hidrógeno durante períodos mucho más largos.
Melis realizaba investigaciones para el Departamento de
Agricultura de Estados Unidos con el fin de averiguar cómo superaban las plantas
distintas condiciones de estrés biológico como la falta de azufre, ingrediente
imprescindible para la formación de proteínas. Descubrió que para sobrevivir,
las algas debían reemplazar el azufre, y pudo activar y desactivar su mecanismo
productor de hidrógeno modificando sucesivamente el medio en el cual se
encontraban.
En 2.001,
Melis creó una empresa que lleva el nombre de Melis Energy con el fin de comercializar
una técnica que aprovecha esta capacidad de las algas de transformar en
hidrógeno la energía que absorben del Sol.
En el otoño de 2.001, la empresa
construyó un biorreactor que contenía 500 litros de agua y algas que podían
producir un litro de hidrógeno por hora. El hidrógeno se extraía mediante un
sistema de sifón, que lo almacenaba en estado gaseoso.
En este momento, la empresa está perfeccionando aún el
procedimiento y buscando inversores que le permitan incrementar su volumen de
producción. Melis se negó a prever fecha alguna para ese ansiado momento en que
su tecnología podría utilizarse en la producción masiva; dijo que hasta ahora el
equipo de Berkeley sólo ha podido aprovechar un 10% de la capacidad
teórica de producción de hidrógeno de las algas y que dentro de poco publicará
un adelanto de los resultados obtenidos para que puedan leerlo otros
investigadores.
Según Melis, el proceso podrá competir con la explotación de
combustibles fósiles cuando alcance un 50% de rendimiento. Como las
algas necesitan una luz solar muy intensa, agregó que el SO de Estados
Unidos era la región más conveniente para instalar las plantas.
La posibilidad de producir hidrógeno sin costo excesivo a
partir de una fuente renovable "aumentará la demanda de hidrógeno", comentó T.
Nejat Veziroglu, presidente de la International Association for Hydrogen Energy
(Asociación Internacional por el Hidrógeno como Fuente de Energía). Agregó
además que si Estados Unidos tuviera en este campo algo parecido al Proyecto
Manhattan, podría desarrollar la infraestructura necesaria en el curso de 20
años.
"Si invirtiéramos la mitad del dinero que gastamos en el tema
del terrorismo en producir hidrógeno, encontraríamos en poco tiempo una solución
permanente para el terrorismo", dijo Veziroglu, haciendo alusión el vínculo que
existe entre las acciones terroristas y algunos países productores de
petróleo.
Melis es sólo uno de los miles de investigadores que intentan
alcanzar la ansiada meta de la producción de energía a través del hidrógeno.
También existen proyectos similares en Inglaterra, Alemania, Rusia, Francia y
Nueva Zelanda.

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